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LA DOCTRINA SUFI DE LA UNIDAD. Por LEO SCHAYA

CAPITULO IV: La Creación. Pagínas 43-54

La creación es la posibilidad distintiva e ilusoria de la Omniposibilidad divina; en ella, lo único Real aparece con el aspecto de una multitud indefinida de cosas posibles.

Cuando se conoce la esencia pura de una sola de esas posibilidades, se conoce la «Esencia Única», y se ve que, en el fondo, cada cosa posible es la Omniposibilidad, lo único Posible.

La Risâlah afirma: «Cuando se descubre el enigma de un sólo átomo, se puede ver el Misterio de toda la creación, tanto interior como exterior. Verás que Allâh no sólo ha creado todo, sino que verás además que, tanto en el mundo invisible como en el visible, no hay más que Él, pues estos dos mundos no tienen existencia propia».

Para realizar esta visión del Único, que libera del espejismo de la «coexistencia» criatural, el hombre ha de remontarse en espíritu al punto de partida del encadenamiento causal de las cosas: ha de buscar en él la raíz de su ignorancia, y la extinción de ésta en el conocimiento de lo único Real.

Allâh dijo al Profeta: «Yo era un tesoro escondido; quise ser conocido, y creé el mundo». Pues bien, el «Tesoro escondido» es Su Omniposibilidad encerrada indistintamente en Su «Esencia» (adh-Dhât); ésta es Su Ipseidad sin alteridad, Su Evidencia absoluta, que sobrepasa toda oposición e identificación de un sujeto y un objeto de conocimiento.

En esa «Obscuridad» (al'Amâ) más que luminosa, que es el «No-Ser» (al-'Udum) o «No-Manifestación» eterna de lo único Real, se esconde Su «Predisposición» (al-Isti'dâd) o Receptividad infinita para consigo mismo; y ésta provoca la actualización de Su «Deseo» (al-Irâdah) de revelarse y darse a Sí Mismo. Su Receptividad y Su Deseo o Voluntad, cuyo objeto es Él mismo, no son más que uno con Su «Descubrimiento» (at-Tajallî) a Sí mismo, o con Su «Conocimiento» (al-'ilm) propio y eterno.

Él Se conoce como «Ser puro» (al Wujûd al-Mahd) o «Unidad» (al-Ahadiyah) absoluta; y Su Receptividad se oculta en Su «Ser», dispuesta a reflejar la revelación de Sus aspectos. La primera revelación del «Uno» (al-Ahad) es el «Único» (al-Wâhid) que niega todo lo que no es el Uno: la «Unicidad» (al-Wâhidiyah) no es otra que la «Unidad» (al-Ahadiyah), pero en cuanto ésta se afirma por la negación de toda «alteridad».

Ahora bien, no puede haber otro que sea realmente otro que El único que es; así pues, negar un «otro» es prestarle una existencia que no tiene. Negando a cualquier otro que Él, Su «Unicidad» se hace receptáculo con respecto a todo cuanto en Él puede tomar la apariencia
ilusoria de otro que Él, y se convierte así en raíz de la ignorancia: despierta Su Voluntad y Su Potencia creadoras, que se actualizan en Su «mandato» (al-Amr) eterno dirigido a todas Sus posibilidades criaturales. «Su mandato, cuando Él quiere una cosa, es decirle: ¡sé! y ella es».

El Corán (XXXVI, 32) no dice: «sé creado!», sino simplemente: «¡sé!» (kun); indica con ello que es el «Ser» lo que Se actualiza a Sí mismo bajo tal o cual aspecto no-manifestado o manifestado. «No cesa de ser Creador (Actualización perpetua de sus posibilidades ontológicas), como tampoco cesa de ser creado (sin ser efectivamente creado, pues no hace sino revelarse a Sí mismo bajo la apariencia ilusoria de una cosa creada o de un "otro que Él"), que no es realmente otro que Él», dice el «Tratado de la Unidad».

Así pues, el Único, en cuanto Ser mediador, es intrínsecamente no-manifestado y extrínsecamente manifestado; Él es el punto de unión de lo múltiple con el Uno o Ser absoluto. Este «punto» supremo, que es en sí la Unidad pura, se manifiesta, con respecto a la ignorancia, en cuanto «alteridad» múltiple, esto es, como indefinidad de «puntos» o determinaciones primeras de las cosas creadas. En realidad, en su unión primera al Uno, cada cosa está sola con Él en una «Soledad» (al- Wahdah) completa; ella es Él, y Él es ella, sin ninguna diferencia: no hay pluralidad alguna, sino Su sola «Unidad sin asociado».

En otros términos, en su «esencia inmutable» o no-manifestada, cada cosa es la «Esencia Única»; sin dejar de ser, respecto de su manifestación ilusoria, una «receptividad» o «predisposición» particular del Único para consigo mismo, se identifica con todas las demás «esencias» en virtud de su naturaleza infinita e indistinta, la «Unidad del Ser» (Wahdat al Wujûd). La posibilidad distintiva del Ser se reconoce sólo en su expresión criatural y múltiple; por esta última Se revela el Único en cuanto eterna «Discriminación» (al-furqân) de todas las cosas, o como «Unidad en la multitud y multitud en la Unidad».


La multitud criatural no sale realmente del Único: Él es la posibilidad nomanifestada e indistinta de aquélla, lo mismo que ella es Su posibilidad manifestada y distintiva. El Único no por ello es dual y múltiple, si no, dejaría de ser único: sólo a través de Su «velo» de ignorancia aparece como distinto o creado. Crea el mundo por el conocimiento de que no hay otro que pueda ser realmente otro que él.

Por este conocimiento, Se ve a un tiempo en Su Realidad y bajo la apariencia de otro, que no es otro que Él: esta apariencia, Su manifestación criatural, es Su posibilidad eternamente nomanifestada de creación. Dicho de otro modo, la creación es una manifestación nomanifestada, una existencia no-existente: al actualizar, en Su Eternidad, esta existencia no-existente de la creación, lo único Real no «crea» otra cosa que Él. Pero, como dice la Risâlah «no te dejes perder. de suerte que te imagines que Allâh es creado»; pues creando» la existencia inexistente, no crea nada en absoluto: no hace sino contemplarse a Sí mismo, y Se contempla bajo el aspecto del «otro», que no es otro que Él, o bajo el aspecto de la «multitud», que no es otra que Su «Unicidad». «Todos los días (perpetuamente) Él está en el estado de Creador Sublime (de Actualización principial, luego nomanifestada, de Sus posibilidades criaturales, cf. Corán, LV, 29); nadie más que Él estaba con Él (en la "preexistencia", idéntica a Su "Eternidad sin comienzo" y Su "Eternidad sin fin"1); Él es ahora (y por siempre) tal como era». Y nuestro autor prosigue diciendo: «En realidad, otro que Él no tiene existencia. la existencia de las cosas o su nada es todo uno; si no fuese así, hubiera hecho falta la creación de algo nuevo (la actualización de una realidad otra que la Suya), que no estuviese comprendida en Su Unicidad, lo que sería absurdo».

Por eso se puede leer, además, en el «Tratado de la Unidad»: «No hay ninguna diferencia, en Su Unidad, entre la creación (la posibilidad eterna y no-manifestada de manifestación) y la preexistencia. Su título (o Atributo eterno) de «Exterior» (El Evidente o Manifestado) implica (la posibilidad perpetua de) la creación (ilusoria) de las cosas, así como Su título de «Oculto» o de «Interior» (el No- Manifestado) implica la preexistencia (o no-manifestación eterna de la existencia criatural).

Su «Interior» es Su «Exterior» (puesto que las posibilidades no-manifestadas de lo creado son por siempre manifestadas en Él mismo), igual que su «Exterior» es Su «Interior» (no siendo, Su Manifestación, otra que Él)». Dice finalmente: «Verás que no sólo ha creado una cosa una vez por todas (determinando la posibilidad de esa cosa en la "Discriminación" eterna, propia de Su "Unicidad"), sino que verás "que está todos los días (perpetuamente) en estado de Creador Sublime", por la expansión (o actualización) y la ocultación (la no-manifestación simultánea) de su Ser (que comprende todas las posibilidades existenciales) y de Sus Atributos (que califican a estas posibilidades) fuera de toda condición inteligible (y Limitativa, condición que sólo existe para aquello que se limita a sí mismo por la posibilidad de ignorancia)».

Los movimientos de «expansión» y «ocultación» no subsisten más que desde el punto de vista criatural e ilusorio; en verdad, sólo hay el Principio eterno e inmutable de todo movimiento o cambio. Afirmando por Su Realidad infinita, y sin modificación alguna de ésta, que no hay otro que sea otro que Él, Él actualiza eternamente la «expansión» criatural de Su Ser y de Sus Cualidades ontológicas; y negando por su única Realidad cualquier otro que Él, Él realiza perpetuamente la «ocultación» de Su posibilidad criatural. La «expansión» y la «ocultación», como todos los demás aspectos de la creación, no son, pues, otras cosas que «verdades» (haqâiq) inmutables, comprendidas indistintamente en la Verdad de lo único Real; existen en Él, sin existir en cuanto «ellas mismas», sino únicamente en cuanto Él: «otro que Él no tiene existencia. la existencia de las cosas o su nada es todo uno».

La «expansión» de las cosas es su «ocultación» misma, el mundo es creado y reabsorbido en un sólo y mismo instante; o, como lo expresa
la escuela de Muhyi-d-dîn: la «renovación de la creación en cada instante» coincide con su «aniquilamiento en cada instante»2.

En verdad, no hay más que un sólo «Instante eterno», que es el Único mismo conociéndose a Sí mismo bajo todas Sus apariencias criaturales, de las cuales Él, el Increado, es la única Realidad.

Si se considera el Principio creador a través del encadenamiento universal de las causas segundas, Se encuentra «oculto tras setenta mil cortinas de luz y de tiniebla», es decir, por una indefinidad de grados existenciales o «alteridades» ilusorias.

Ahora bien, toda causa segunda es tan sólo un símbolo del Principio único, que, solo, obra por Sí mismo; es una «prueba (una dificultad) para el que cree» en lo único Real: las «setenta mil cortinas» se reducen a la «luz» que es Su Conocimiento y en la que se borran las «tinieblas» de la ignorancia.

La ignorancia tiene su raíz en la receptividad del Uno respecto de todo cuanto en Él puede tomar la apariencia ilusoria de un otro que Él: pero radica en Él sin volverlo ignorante: se ignora a sí misma y lo ignora todo; no tiene ningún ser positivo, sino que yace, eternamente borrada, en el Conocimiento divino, el «Espíritu Santo» (ar-Rûh al-Qudus); no sale jamás de su «extinción» o «no-existencia», ni siquiera allí donde toma apariencia de existencia bajo el efecto de la «Orden» (al-Amr) creadora, que se manifiesta por la «Espiración del Misericordioso» (Nafas ar-Rahmân).

El Conocimiento infinito de Allâh sobreimpone, por Su sola «Mirada» eterna, algo de Su Luz en la ininteligibilidad de la ignorancia; ese algo de positivo o de inteligible, que no es sino la «Naturaleza universal» (Tabî'at al-kull), le da a la ignorancia la cualidad receptiva de un «espejo».

La ignorancia se convierte así en el plano de reflexión criatural de Dios, plano que es iluminado por los reflejos de las «Luces de las Glorias de Su Faz» (Anwâr as-Subuhât al-Wajhiyah). Su «Faz» es su «Esencia Única»; las «Glorias de Su Faz» son las «esencias inmutables»; y las «Luces de las Glorias de Su Faz» son los «Espíritus perdidos de Amor» (al-Arwâh al-muhayyamah), absortos en la perpetua contemplación y afirmación de lo único Real.

Entre estos «Espíritus», que jamás se separan, ni entre sí ni de la Faz divina, y que son como aniquilados por Su «Majestad», se encuentra el «Elemento supremo» (al-'Unsur al-a'zam); éste es actualizado por Dios, sin mediación de ninguna causa segunda, en Su «No-Manifestación velada y no-manifestable»: el «Elemento supremo» mismo representa la causa segunda inmediata del conjunto de las apariencias cósmicas, el «Trono supremo» (al-'Arsh al-'azîm) de Dios, el «punto al que conducen todos los hilos del mundo» universal. El Conocimiento de Allâh o Su «Espíritu Santo» se revela a través del «Elemento supremo», en cuanto «Espíritu universal» (ar-Rûh al-kullî) o «Intelecto primero» (al-'Aql al-awwal); este último manifiesta la «Verdad», por la cual Dios «creó los cielos y la tierra y lo que se encuentra entre ellos» (cf. Corán, XV, 85): es la «Pluma suprema» (al-Qalâm al-a'lâ), con la que el Señor «escribe» o realiza el Destino cósmico. La obscuridad o «ignorancia» de Su Receptividad criatural se manifiesta, a través del «Elemento supremo», como «Alma universal» (an-Nafs al-kullyiah), que es iluminada por el «Intelecto primero»: es la «Tabla Guardada» (al-Lawh al-mahfûz), sobre la que la «pluma» del «Espíritu» escribe «Mi Ciencia de Mi creación hasta el día de la resurrección». Así, el «Alma universal» reúne en sí el principio luminoso y el principio obscuro; y cuando su esencia luminosa, el «Espíritu universal», actúa sobre su lado tenebroso, esto es, sobre el «Polvo Fino» (al-Habâ, término coránico, cf. LVI, 6), que es la Substancia universal o Materia Prima (al-Hayûlâ, derivado del griego Hylé), ésta da origen al gran «Cuerpo» (al-Jism) de la creación. La expansión de este «Cuerpo» está determinada, en sentido vertical, por el «Cálamo», que es el Eje de los mundos o Espíritu universal, en sentido horizontal, por la «Tabla Guardada» o Plenitud del «Alma universal», y en su totalidad, por la «Forma divina» (as-Sûrat al-ilâhiyah), que resume, de modo infinito, todos los aspectos de lo único Real, y manifiesta esta Síntesis bajo la
forma de la «Esfera» (al-Falak) universal.

El encadenamiento de las causas segundas, hasta la producción de la Esfera cósmica y de todo cuanto comprende, se divide en cuatro grados o «mundos» fundamentales. El grado supremo sobrepasa la manifestación de las causas segundas; es el «Mundo de la Gloria» ('âlam al-'Izzah) o de la Causa primera y trascendente, plano increado del Conocimiento de Allâh o de Su «Espíritu Santo», que revela Sus posibilidades ontológicas por Su «Orden» eterna.

Estas posibilidades son los arquetipos infinitos e indistintos de lo creado, las «esencias inmutables», que toman el aspecto de «espíritus perdidos de Amor» divino y cuya unidad no-manifestada se irradia, a través del «Elemento supremo», como «Intelecto primero»; la «Espiración del Misericordioso» hace resaltar de éste último el «Alma universal», y ésta refleja la Luz del Intelecto envolviéndose a sí misma con su «Substancia» receptiva e indiferenciada. El «Espíritu», el«Alma» y la «Substancia» se desarrollan, como una sola Luz, en cuanto «Mundo de los Espíritus» ('âlam al-Arwâh) o de las Causas inmanentes, llamado también «Mundo de la Omnipotencia » ('âlam al-Jabarût): este mundo se sitúa entre la Trascendencia divina y la creación,y contiene todos los arquetipos de esta última en estado inmanente y «noseparado».

Bajo la influencia de la «Naturaleza universal» -que obedece a la «Orden» suprema, que le es transmitida por la «Espiración misericordiosa»-, los arquetipos se manifiestan distintamente en cuanto «espíritus» (arwâh), «luces», (anwâr), «ángeles» (malâ'ik), «genios» (jinnab) y «almas» (anfus), en el seno del «Cuerpo esférico» de la creación. En su estado distintivo, están envueltos de substancia sutil y pueblan las esferas superiores del cosmos, o «siete cielos», que constituyen los grados Fundamentales del «Cielo» (as-Samâ), es decir, del «Mundo de la Realeza» ('alam al-Malakût) celestial.

Algunos de los «espíritus», «luces», o «ángeles» se manifiestan, por Orden divina, en cuanto potencias creativas en el momento de la formación del «Mundo de los cuerpos» (âlam al-Mulk), mientras que otros se ocultan como espíritus vitales, agentes cósmicos o genios buenos o malos en la naturaleza terrena y en los cuerpos astrales. Por
último, las almas descienden, según su predestinación, a los cuerpos de las criaturas de este mundo para animarlos y ejecutar -conscientemente o no- la Voluntad todopoderosa de la Causa primera3.


El Profeta dijo: «Dios creó el mundo en tinieblas, y luego derramó sobre él de su Luz». Toda la obra creadora de Dios se reduce, por una parte, a la Luz de Su Ser o de Su Conocimiento y, por otra, a la obscuridad de Su Receptividad para consigo mismo. Esta obscuridad o ininteligibilidad, que es la raíz de la ignorancia, se ignora a sí misma e
ignora todo, por siempre; se actualiza -como hemos dicho- en la medida en que el Conocimiento toma eternamente consciencia de ella, y le da por ello mismo la cualidad de «espejo» o de «receptáculo», que refleja Su Luz, sin «saberlo»4.

Porque solo el Conocimiento conoce y es conocido, en Sí mismo y en todo cuanto de Él toma la apariencia ilusoria de una «alteridad». Allâh, que es el Conocimiento, la «Luz» (an-Nûr), no ve en su Esencia o Su «Unidad» a ningún otro que Él; y en Su espejo universal, que es un aspecto de Su «Unicidad» llena de Misericordia, ve que todo «otro» no es otro que Él.

Pero los reflejos de su Faz, proyectados en el espejo criatural -o en Su Receptividad cósmica-, son de una realidad tal que sus imágenes se toman por existencias independientes, seres coexistentes con Él, que, sin embargo, es su única Realidad5. Las criaturas o «imágenes de Dios» conocen por Su Conocimiento, y se equivocan por la ignorancia inherente a Su Receptividad criatural, cuya obscuridad se ha concretado en substancia diferenciada -substancia celestial, sutil, psíquica, y materia terrena o corporal, sea etérea en el estado edénico, sea grosera en el estado caído-.

Esta obscuridad se manifiesta primero en cuanto «abismo tenebroso» o vacuidad cósmica, para a continuación dar paso al estado formal y animado de lo creado, a la «insuflación del espíritu» en las criaturas
destinadas a ser conscientes de sí mismas y, finalmente, a la Iluminación espiritual de la «mejor de las criaturas», el hombre completamente «sometido» (muslim) a Dios.

En esta Iluminación, el «Señor» hace conocer a Su «siervo» que él no es otro que Él, no en su «alteridad» o coexistencia ilusoria sino en su «Ipseidad» increada y absoluta; tal es el sentido del célebre hadîth qudsî que hemos citado ya y que Muhyi-d-dîn menciona en esta variante: «Yo era un Tesoro escondido y desconocido; quise ser conocido, y creé las criaturas; Me he dado a conocer a ellas, y ellas Me han conocido».

Pero, como hemos dicho, entre todas las criaturas conscientes de sí mismas y que conocen de lo Real aquello que Él les revela de Sí mismo, sólo el ser humano fue gratificado, mediante la «muerte espiritual», con Su Conocimiento total; sólo el hombre fue «creado en la
forma divina», o sea que su Arquetipo eterno es el «Modelo» supremo e infinito mismo de todas las cosas, de modo que sólo él es la «perfecta imagen de Dios» y Su "receptáculo integral".

Ibn 'Arabî dice en sus «Engastes de las Sabidurías»6: Dios creó primero el mundo entero como algo amorfo y desprovisto de gracia, y semejante a un espejo que aún no se ha pulido; ahora bien, es regla de la Actividad divina el no preparar ningún «lugar» sin que éste reciba un espíritu divino, lo que es expresado (en el Corán, XV, 29) por la insuflación del Espíritu divino en Adán; y esto no es otra cosa que la actualización de la aptitud (al-isti'dâd) que determinada forma, previamente dispuesta, posee para recibir la efusión (al-fayd) inagotable de la Revelación (at-Tajallî) esencial. No hay, pues, más que un puro receptáculo (qâbil); pero este receptáculo mismo proviene de la «Efusión santísima» (al-fayd al-aqdas) (es decir, de Dios, que Se da a Sí mismo).Porque la Orden (al-amr) entera (la Orden suprema o «¡Sé!» divino y eterno, con todos sus efectos cósmicos), desde el comienzo hasta el fin, viene de Dios solo, y a Él vuelve.

Así pues, la Orden divina exigía la clarificación del espejo del mundo; y Adán se convirtió en la claridad misma de este espejo y en el espíritu de esta Forma (universal).

En cuanto a los ángeles (las criaturas más elevadas después del hombre perfecto), representan ciertas facultades de esta forma del mundo, que los sufíes llaman el «Gran Hombre» (al-Insân al-Kabîr), de modo que los ángeles son a ésta lo que las facultades espirituales y físicas son al organismo humano. Cada una de estas facultades (cósmicas que son los ángeles) se encuentra como velada por su propia naturaleza (o receptividad parcial para con lo único Real, mientras que el ser humano es Su receptividad total, esencialmente infinita). Así este ser fue llamado «Hombre» (Insân) y «Representante» (Khalîfah) de Dios.

En cuanto a su calidad de hombre, designa su naturaleza sintética (que resume todas las receptividades criaturales) y su aptitud para abarcar (por su receptividad espiritual ilimitada) todas las Verdades esenciales.

El hombre es a Dios (al-Haqq, «la Verdad» pura y suprema) lo que la pupila es al ojo (ésta se llama en árabe «el hombre en el ojo»), al ser la pupila aquello por lo cual se efectúa la mirada; pues por él (el ser universal del hombre, que es la «Forma divina» misma, a imagen de la cual fue creado el mundo), Dios contempla Su creación y le dispensa Su Misericordia. Tal es el hombre a un tiempo efímero y eterno, ser creado, perpetuo e inmortal, Verbo que discrimina y une. Con su
existencia, el mundo estuvo terminado. »

En último lugar el hombre terrenal fue formado y animado para ser la síntesis final de la Obra universal; pero sólo su individualidad psicofísica fue creada después de todas las demás, a fin de resumirlas en ella, mientras que su ser espiritual, por el contrario, es la «primera de las criaturas de Allâh» o el «Intelecto primero», el Eje universal de donde salieron todos los mundos creados y en torno al cual gravitan sus esferas, grandes y pequeñas.

Así, el hombre es, en el orden criatural, el «primero» y el «último», a imagen de Dios, que es el Primero y el Último en sentido absoluto, en virtud de Su Eternidad «sin comienzo» y «sin fin». Pero el ser humano no es sólo la síntesis inicial -espiritual y universal- y la síntesis final -individual o microcósmica- de la creación; resume además lo que se encuentra entre el «Intelecto primero» y el «cuerpo último», es decir
que es la síntesis substancial y universal o el «Alma única» (an-Nafs al wâhidah) (cf. Corán, IV, 1), de la que fueron tomadas todas las almas, todos los seres vivientes, y que no es otra que el «Alma universal». El alma del hombre, en el estado no-individual, es esta gran Alma, lo mismo que su cuerpo, más allá de su solidificación terrena, es la Esfera
universal. Así, el ser humano, en su totalidad manifestada, que supera indefinidamente a su individualidad psicofísica, es el Espíritu de los espíritus, el Alma de las almas y el Cuerpo de los cuerpos; y en su aspecto «central», es el «polo» de los espíritus, el alma «elegida» entre las almas, y el cuerpo más perfecto o «deiforme» entre los cuerpos: es el «Enviado de Allâh» en todos los mundos, y es, en cuanto «Gran Hombre», todos los mundos a un tiempo.

Sin embargo, la posibilidad suprema del ser humano o su verdadera totalidad supera incluso al «Gran Hombre» cósmico, que acabamos de considerar en sus aspectos universales e individuales, que abarcan y resumen toda la creación; nos referimos a su «Forma divina» (as-Sûrat al-ilâhiyah), que sintetiza todas las posibilidades criaturales en estado «metacósmico», en el que son puras «esencias inmutables», y todos los Aspectos divinos, cualesquiera que sean: es la Revelación íntegra de Dios, llamada el «Hombre perfecto», al-Insân al-kâmil, término que implica las ideas de «Hombre universal» y «Hombre infinito». Dicho de otro modo, es el hombre en estado «increado» (lam yukhlaq), cuya «Forma divina» resume todos los aspectos trascendentes de lo único Real y se manifiesta por la «Forma del mundo» universal o del «gran Hombre» -con todo cuanto comprende su realidad macrocósmica-, así como por la forma individual y teomorfa del hombre terrenal.

Ibn 'Arabî dice en los «Engastes de las Sabidurías»7: «La representación de Dios no corresponde más que al "Hombre universal" cuya forma exterior está creada de las realidades y las formas del mundo, y cuya forma interior corresponde a la "Forma de Dios".

Sucede lo mismo con todo ser de este mundo desde el punto de vista de su propia Realidad (que no es otra, en sí, que lo único Real): sin embargo, ningún (otro) ser encierra una síntesis semejante a la que distingue al "Representante" (de Dios, el "Hombre" que resume conscientemente todos los aspectos de la Realidad universal, a diferencia de los otros seres, que los sintetizan de manera fragmentaria, es decir, por una toma de consciencia incompleta); y sólo por esta síntesis (integral) éste supera a los demás (pues, "todo está en todo", pero según la receptividad o "forma" particular de cada cosa; esta receptividad alcanza al Infinito en el ser humano, cuya "forma" interior y principial se identifica con la "Forma divina").

Si Dios no penetrase con Su "Forma" (o la del "Hombre universal") la existencia, el mundo no existiría (y si el mundo o el "Gran Hombre" no se expresase íntegramente por el simbolismo de la "forma" individualhumana, el hombre terrenal no podría hallar el conocimiento de lo Eterno a partir de lo efímero). Ahora bien, tú conoces ahora el sentido espiritual de la creación del cuerpo de Adán, es decir, de su forma aparente, y de la creación (o actualización a un tiempo increada y criatural) de su espíritu, que es su "forma" interior (y divina). Adán, pues, es a un tiempo Dios y criatura».

No obstante, hay que distinguir entre el primer Adán y el Adán caído, pues la consciencia del hombre primordial no se limitaba a su sola individualidad o su ser psicofísico, como sucede con el hombre actual: el primer Adán poseía la consciencia universal, que vincula y sintetiza no solamente todos los estados de existencia ilusoria, tanto individuales
como supraindividuales, sino también los estados no manifestados y divinos.

Ahora bien, si esta Consciencia integral, que es todo lo que ella conoce, fue la del primer Adán, sigue siendo, desde el punto de vista no-temporal y metafísico, la Totalidad de la consciencia humana, de la que el hombre, caído por su «ruptura» con el Uno, solo participa de manera fragmentaria. Su alma, de universal que era, se ha, por decirlo así, separado de lo único Verdadero y único Real; se ha negado y disminuido a sí misma por su individualismo, mientras que su forma corporal no ha cambiado, sino que ha seguido siendo la «imagen de Dios» pese a su solidificación, propia del estado no-paradisíaco; así mismo, su espíritu puro y supraindívidual, del que no tiene consciencia ya más que por gracias excepcionales, nunca deja de ser universal y esencialmente idéntico al Espíritu divino del «Hombre infinito». Bastaría que el hombre disolviese la particularización ilusoria de su alma, por la «extinción» (al-fanâ) de su individualismo -extinción que
sin embargo no puede encontrar sin la ayuda divina-, para que su ser entero recobrase la continuidad de su consciencia universal, su «unidad» original.

Desde el primer hombre hasta el fin del mundo, Dios elige «siervos» para esta unión con su Arquetipo puro y supremo, que es Su «Forma» sin forma y sin fin. En el Islam es la personalidad del Profeta lo que, en una realización completa y una actualidad permanente, se identifica con el «Hombre universal»; ningún musulmán puede alcanzar la unión con Allâh sin unirse a la «Realidad mohammediana» (al-Haqîqat al muhammadiyah), la cual se une eternamente a la Omnirrealidad divina.

NOTAS

1 Se trata de dos formas de considerar simbólicamente la Eternidad a partir del presente temporal.

2 Cf. Titus Burckhardt, Esoterismo islámico (ob. cit.).

3 En cuanto al libre albedrío del hombre, no es otro que una participación directa y activa en la Voluntad libre de Dios, es, pues, esencialmente idéntico a esta última, pero, en cuanto a «participación» se encuentra limitado y condicionado por el encadenamiento causal, del cual es un «eslabón».

4 Ese es el sentido profundo del «analfabetismo» del Profeta (al-ummî, el iletrado) y de la «pureza» de la Virgen-Madre.


5 Satán (ash-Shaitân, Iblîs) es el genio de este error, en la medida en que éste se vuelve contra Allâh; según el caso, es también la personificación antropomorfa de este genio.

6 Ob. cit.

7 Ob. cit.

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