Leonardo da Vinci

 

 

 

Omar Ribelles

 

Vegetariano. Leonardo da Vinci era vegetariano en tiempos, como casi siempre, en los que la Iglesia mataba a los vegetarianos. Vivió de 1452 a 1519. El joven Miguel Ángel, para hacer méritos y pintarse la Capilla Sixtina al alimón con el Papa, se le encaró pero le no pudo. Leonardo es mucho Leonardo y sabía torear a los señores del brasero preparado para quemar lentamente a nuestros hermanos los herejes. En su Última Cena, la de Milán, en vez de un San Juan apoyando su cabeza en el pecho de Jesús, va y pinta a una señora de buen ver coqueteando con Jesús. ¡Dios!, ¡juegos de manos en la mesa eucarística! Todo un carácter el de Leonardo da Vinci que se autorretrata en ese mismo cuadro, de Judas, dándole la espalda a Jesús en mesa en la que falta vino y una enérgica mano en blanco con el índice extendido, resaltada sobre fondo oscuro, le planta cara, innegable, al Redentor que baja los ojos.  

 

            Cuando de jovencito estuve por Londres me encantó ver en la National Gallery, una y otra vez, su boceto de La Virgen y el niño con Santa Ana (1501). Fascinante. Aquella mano dorada con el dedo índice hacia arriba en una Santa Ana encantadora con cara llena en su luz de la luz más verde, como diría Blanca Andréu, comunicándole a su ensimismada hija María un algo maravilloso. Celebra, se le ve en gesto y energía, unidad versus dualidad. Entrar en la National Gallery era gratis, el Cartoon estaba a la entrada y yo me colaba a contemplar el plácido estar de las dos señoras de Leonardo a la luz, en verde y oro, de esa mano tan expresiva en cuadro con los colores más hermosos. Magia, comunicación, encuentro. Un algo intenso vivía yo cada vez en aquel cuartito recoleto que los ingleses le dedican, como los españoles en el Prado a Las Meninas, al Cartoon de Leonardo.

 

            Con el tiempo, ya de musulmán, sabes que con la mano derecha y el dedo índice extendido así, igualito como en esos cuadros, los musulmanes hacemos y repetimos la Sahada una vez y otra; el mudra de la aguja, declaración de intención absoluta con toda su potencia. Es gesto inconfundible que repiten muchas veces al día todos los musulmanes. Verlo en preferente, enmarcadísimo, en cuadro de Leonardo da Vinci, te deja admirado. Tuvo audacia y fuerza interior innegables como para poder expresarse así en tierra tan peligrosa. Es tema constante, y, motivo central en muchos de sus cuadros principales. Dios le bendiga. Incluso su amigo, el famoso pintor Rafael, en su cuadro sobre la Academia de Atenas, pone al mismísimo Leonardo, de Platón, en el centro, con la mano levantada y el índice señalando arriba. Unidad omnia. 

 

Aparte de los cuadros mencionados, La adoración de los magos tiene un personaje central resaltado y con la mano haciendo el ademán de la Sahada que recibe reverencia con más énfasis que el sagrado niño al que los Reyes Magos no le presentan siquiera oro. En los dos cuadros de La virgen de las rocas, con las rocas puestas en plan de Alif, el personaje central hace la Sahada mirando al que mira el cuadro, su dedo índice interminable, mirada sincera y ademán firme conectados. Esto, en la versión del Louvre, sin embargo, en la versión de la National Gallery el mismo personaje ni mira al público ni hace la Sahada ni se le ve la mano. Juega Leonardo a los guiños, igualito que en el franquismo aquel de todas las censuras.

 

            En estos días con tanto baratillo esotérico suelto de Código da Vinci, conviene buscar en el Google los extraordinarios cuadros de Leonardo y ver cómo sus cuadros y bocetos están llenos, Unidad versus Trinidad, Nicea, ¡la herejía de siempre!, de sencillas Sahadas muy enfatizadas. Ninguna Sahada veréis más hermosa que la de su San Juan Bautista, cuadro que pintó para él mismo y que, en su dormitorio, le acompañó hasta la muerte.