Currantes en Ramadan

Omar Ribelles

A estas alturas del Ramadan los currantes de las obras y los agrícolas ya se han quedado notas con los musulmanes, currantes como ellos, en el curro. Es muy sencillo, pasa sin querer. Resulta que a la una todo el mundo, siempre, sale disparado de los tajos de trabajo, es la hora de la comida en esos sitios con menú cuidadosamente seleccionado a entre 6 y 7 euros. Muy serio, pase lo que pase la gente currante se va a comer y come. Han quemado ya muchas calorías que necesitan reponer. Ahora, en Ramadán, los musulmanes no. Lo notan. Se nota. Van de legales. Incomprensible. Un respeto les nace. Se quedan notas.

Tampoco beben. Ni a escondidas. Se ve. Siguen trabajando hasta las cinco y media de la tarde, entonces los musulmanes se van. Los currantes se dan cuenta de que se van muy tranquilamente a comer, beber y fumar. Lo que hay. Pero han pasado todo el día en el curro, ni el bocata de las nueve y medía, y, trabajan más. No protestan. Da la sensación de que hay algo más. Lo notan.

— “Muhammad ha perdido ya ocho kilos”, comenta un encargado gallego que, de siempre, deja a sus musulmanes hacer el salat en el fondo de la obra.

— “Se pasan así treinta días, no tres días, treinta”.

Antes de suicidarse por — no pudo suportarlo aunque lo intentó — causa de los cuernos que le infligió su mujer cuando hacía carreteras en Arabia Saudita a principios de los setenta, el maestro de Gonzalo Trelles, que pasó sólo tres años en Arabia y me contaba tan vividamente cómo lloraban los hombres que se iban a trabajar allí, cuando todavía no se había enterado de lo del adulterio sufrido, me contaba que lo del Ramadan era verdad. El maestro, repito, de Gonzalo Trelles describía cómo, de sol a sol, en Arabia, sus yemeníes, muchos, todo el día, ayunaban. Ni comida, ni bebida, ni tabaco. Sólo trabajo, y, en el trabajo, el recuerdo de Allâh. Me describía, elegante como era, cómo le fascinaba el rumor que les oía y que les escuchaba todo el día bajo el sol, el mismo que festivamente se oye cuando el personal baila el Paquito Chocolatero, “Jay Allâh”. “El viviente”.

Se lo descubrió un tío malaje y lo llevaba muy mal. No sabemos cómo ni porqué se lo contó. Todos le teníamos mucho respeto. Era un hombre muy correcto. Enseñaba lo que sabía. Maestro asumido de Gonzalo Trelles, un chico un tanto gordito en sus años mozos, que acabó siendo como uno de esos hombres tan de verdad, con forma de llama encendida, que pintaba el Greco.