¿Cómo puede responder Europa con eficacia a la amenaza terrorista?

Álvaro Matud Juristo

Durante los 50 años de guerra fría, Europa occidental vivió pendiente de la amenaza del expansionismo soviético. Tras la caída del Muro, y cuando algunos anunciaban ya el final de la Historia, la amenaza terrorista ha irrumpido ferozmente en estos primeros años del nuevo siglo. La cadena de atentados desatada desde el 11-S, nos ha hecho añorar ese enemigo claro, concreto y previsible de la guerra fría.

Aunque Europa ha sufrido el desgaste de la violencia terrorista desde hace décadas, el atentado contra las Torres Gemelas sí ha supuesto un cambio sustancial. El terrorismo nacido del fundamentalismo islámico, tras herir el corazón de los Estados Unidos, hizo pública su declaración de guerra contra Occidente. A partir de ese momento, Europa fue más consciente de que la amenaza terrorista ya no se limitaba a grupos independentistas, o de extrema izquierda subversiva, que actuaban en un Estado concreto. La amenaza terrorista se ha había hecho global.

Al Qaeda, la organización fundada por Osama Ben Laden ha sido precisamente el catalizador de este proceso. Se puede decir que ha inventado la amenaza terrorista del siglo XXI: la red global terrorista y fundamentalista que se ha tejido en torno al Frente Islámico Mundial para la Yihad Contra los Judíos y los Cruzados (al-Jabbah al-Islamiyyah al-Alamiyyha Li-Qital al-Yahud Wal-Salibiyyin), formada el 23 de febrero de 1998. Impulsados por Ben Laden, los diversos grupos terroristas que comparten la religión musulmana han entendido que su lucha forma parte de un objetivo común, y que una adecuada coordinación entre ellos puede hacer más efectivos los esfuerzos de cada uno. La principal aportación de Al Qaeda a este proceso ha sido la definición de un objetivo, un enemigo, un campo de batalla y una estrategia.

El objetivo perseguido por el nuevo terrorismo es conseguir que la población de los países musulmanes se levante en armas contra sus gobiernos no islamistas y proclamen regímenes fundamentalistas. Así se realizará la unidad de todos los pueblos musulmanes (umma). La política internacional occidental choca contra los intereses de la unidad musulmana, pues apoya al Estado de Israel y a los gobiernos no islamistas de los países árabes. Además, la cultura occidental es un gran peligro para la integridad de la fe y las costumbres musulmanas. Este objetivo último es compatible, más aún, se sirve de los otros objetivos intermedios del terrorismo islamista: la independencia de Chechenia, el derrocamiento de las monarquías, la creación del Estado palestino, etc.

La estrategia para alcanzar esa meta no es nueva sino que está basada en la del terrorismo tradicional: la espiral de violencia “acción terrorista-reacción de violencia estatal-reacción terrorista reforzada”. Por tanto, el medio para conseguir que esos pueblos musulmanes se rebelen contra sus gobiernos es provocando una reacción occidental punitiva contra los musulmanes, que consiga la solidaridad de todos los seguidores de Mahoma. Siguiendo la misma estrategia, pretenden sembrar el terror en las casas reales de Marruecos y Arabia Saudí, y los gobiernos no teocráticos de Siria y Pakistán, para que las autoridades intervengan con dureza, fomentando así reacciones fundamentalistas contrarias.

El campo de batalla se amplía por tanto a todo el planeta. Los medios de comunicación facilitan el objetivo de que los atentados afecten profundamente a la opinión pública, bien por la inseguridad de sentir la amenaza en las propias ciudades occidentales, bien por la crudeza de las acciones que se lleva a cabo fuera de Occidente. En este sentido, la presencia de tropas occidentales en los países musulmanes proporciona objetivos cercanos y fáciles para los terroristas.

Frente a esta nueva amenaza global, Europa debe reaccionar con una respuesta global. La estrategia para conseguir la necesaria unidad de las sociedades europeas frente a la amenaza terrorista pasa por una necesaria unidad política de los partidos y los Estados.

Pero la coordinación de las políticas policiales, judiciales, de seguridad, etc, no bastan. Todas esas medidas, aunque necesarias, aparecen como insuficientes ante un enemigo fuertemente enraizado en unas convicciones que le llevan a aceptar hasta la propia muerte con tal de lograr sus objetivos. Aunque Europa avance en estas cuestiones nunca podrá impedir totalmente los actos terroristas nacidos del fanatismo y el fundamentalismo islamista. Sólo si se consigue hacer inútil la lucha terrorista, se vencerá la batalla antiterrorista.

Esto supone, en primer lugar, una adecuada información sobre el problema del terrorismo para que los ciudadanos identifiquen claramente al terrorista como el único enemigo. Se impediría así la llamada “transferencia de culpabilidad” que se produce en la opinión pública tras los atentados terroristas: se busca un culpable y, al no encontrar más que una abstracción (el terrorismo islamista), se cuestiona a los servicios de inteligencia, las fuerzas de seguridad, el gobierno, etc.

En segundo lugar, hace falta un fortalecimiento de la sociedad civil europea que proporciones un mayor compromiso moral de los ciudadanos con la defensa de los derechos humanos. Si frente a la violencia de los fanáticos hay una sociedad incapaz de mantener sus valores cuando hay que sufrir por ellos, será inevitable que los ciudadanos reclamen de sus gobiernos cualquier medida política con tal de evitar el sufrimiento.

La sustitución de las antiguas formas de amenaza provenientes de otros Estados por la amenaza terrorista global actual, hace necesario reemplazar también el patriotismo por la conciencia moral cívica, como recurso para solicitar el sacrificio de la ciudadanía.

Quizá no hayan quedado tan anticuados los tiempos en que los líderes europeos sólo podían prometer “sangre, sudor y lágrimas” a sus ciudadanos.

Es poca cosa, pero resulta suficiente si va acompañado de una voluntad de no doblegarse ante quienes instrumentalizan la democracia occidental