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LA DOCTRINA SUFI DE LA UNIDAD. Por LEO SCHAYA

CAPITULO VIII:
Quien se conoce a si mismo, conoce a su Señor.
Paginas, 80-85

 

El conocimiento más profundo de sí mismo es la toma de consciencia integral de la esencia supraindividual del alma; esta esencia es idéntica al «Sí mismo» que abarca toda realidad.

El conocimiento de la Esencia implica para la consciencia su totalización o «ipseificación»: es la transformación espiritual del conocimiento distintivo y fragmentario del «yo» en la Consciencia una e infinita del «Sí mismo», de la Ipseidad suprema.

El «yo» es al «Sí mismo» lo que -simbólicamente- es la ola al mar; se formen las olas o no, el agua es lo que es, pero si a las olas se las priva del agua ¿qué queda de ellas?

La «ola» es ignorancia por el solo hecho de afirmar su particularización engañosa como una realidad al lado y en detrimento de lo único Real, en lugar de integrarla en Su Consciencia ilimitada; esta última es el propio germen de la consciencia del «yo», germen que permanece profundamente enterrado bajo las capas opacas de la individualidad, en la medida en que ésta se complace en su separatividad. Es necesario que la consciencia de la «ola», de su «forma», de sus «colores», de su movimiento y de su juego con las otras «olas», se reabsorba en su punto de partida: la consciencia indistinta de su naturaleza esencial, la del «agua», del «Sí mismo».

En su despliegue individual, el alma se convierte sutilmente en el mundo, y su consciencia, animada por sensaciones, sentimientos y pensamientos, se dispersa, se pierde en las apariencias del espejismo cósmico. Sin embargo, el germen divino, la «chispa» espiritual, que radica en el «corazón», en el centro íntimo del hombre, sigue brillando en él, como la brasa bajo las cenizas; el «Sí mismo» concede al «yo» «influjos» unitivos que permiten superar el apego erróneo al «otro que Él».

Le hace ver al alma que las imágenes del mundo, con las que ésta se identifica, no son sino reflejos evanescentes de Su Luz infinita, que él es su única Realidad; la induce así a la concentración en Su Unidad y la reintegración propia en Él. En esta reintegración del «yo» -que implica la extinción de las actividades» (janâ'u-l-af'âl), la «extinción de las cualidades» (fanâ'u-s-sifât) y la «extinción de la esencia» (fanâ'u-dh-dhât) ilusoriamente particularizadas- el ser humano repliega su individualidad en su punto de partida, la «chispa» divina oculta en lo más profundo del corazón. Esta «chispa» parece «infinitamente pequeña» con respecto a su despliegue individual; pero tan pronto como ha reabsorbido su expansión efímera, se revela, por un nuevo «desarrollo» (bust), como el Infinito mismo; no se trata, aquí, de un movimiento electivo de expansión, sino de la «supresión del velo» que ha ocultado la Totalidad supraindividual del alma, el «Sí mismo».

Pensando en la sentencia sufí según la cual «las vías que conducen a La Divinidad son tan numerosas como las almas de los hijos de Adán», cabría preguntarse si la realización del «Sí mismo» y el regreso pasajero al «yo» son igualmente válidos para todos los seres humanos.

Pues bien, las vías son numerosas y más o menos largas en la medida en que preparan la identificación suprema; pero, en lo que hace a la realización final e íntegra del «Sí mismo», han dicho los sufíes: «La realización de la Unidad es única».

En efecto, muchos son los caminos que conducen a la «muerte» de las individualidades varias, pero la «extinción» de la ilusión múltiple en lo único Real no puede ser más que una. Si alguien objeta que los arquetipos ontológicos de los seres son «esencias inmutables» que no pueden borrarse ni, por lo tanto, superarse en su distintividad principial, está pretendiendo con ello, que cada ser está destinado a permanecer eternamente prisionero de su «forma» o determinación existencial, que lo múltiple puede resistir al Uno, luego que el Uno no es uno sino múltiple, que hay divinidades fuera de la única Divinidad, realidades fuera de lo único Real. Pero Ibn 'ArabÎ declara explícitamente en sus «Revelaciones Mecanas»1 que ante la Unidad de la Esencia (Ahadiyat adh-Dhât) «ninguna determinación esencial (ningún arquetipo: 'ayn) puede subsistir en cuanto cualificada del estado existencial (puede subsistir únicamente en el estado no-existencial o no-manifestado, en el que no difiere de la Unidad esencial, de la que no es sino una posibilidad indistinta). Esta Unidad anula las determinaciones existenciales (y distintivas) de los seres posibles; éstos no pueden conservar la cualidad existencial.».

Los seres mueren y desaparecen, el mundo es perecedero; su efimeridad expresa la «abolición» de sus arquetipos, no en la medida que éstos están comprendidos indistintamente en la Unidad de la Esencia, sino en la medida en que se manifiestan distintamente como modificaciones ilusorias de lo único Real. Cuando el Único Se quiere revelar a «Sí mismo» a través de los seres ilusoriamente coexistentes con Él, «les quita los velos (de su ignorancia, de modo que no quede sino su Ipseidad infinita)., entonces, éstos (pierden su distintividad y) ven sus esencias (como) una Esencia Única, y. dicen frases como éstas, que de ellos nos han referido: «Soy Allâh!» o «Gloria a Mí!» (ibid)2.

Pero «el siervo sigue siendo el siervo», incluso cuando realmente haya conocido a su «Señor», que no es otro que su «Sí mismo»; no obstante, por este conocimiento se convierte en siervo perfecto. La individualidad imperfecta, que habita el cuerpo del «unificado», no es más que una diferenciación ilusoria de su Ipseidad única real y de la Manifestación central y perfecta que actualiza todas las Cualidades manifestables de Dios.

Cualquiera que sea la particularización individual de determinado siervo unido al Señor, se identifica en su «Sí mismo» puro y en su Manifestación esencial con solo el «Hombre universal», como cualquier otro «siervo perfecto»; las diferencias entre ellos no existen más que en sus aspectos cualitativos y funcionales, en sus misiones variadas, comenzando por la del «Enviado de Dios», hasta la existencia desconocida de un santo ermitaño del que se beneficia el mundo sin saberlo.

El conocimiento del «Sí mismo» ha sido descrito en el «Tratado de la Unidad», que seguimos citando; lo único Real aparece en él en Sus aspectos cognoscitivos más elevados, el de la «Unidad» absoluta (al-Ahadiyah) y el de la «Unicidad» (al-Wâhidiyah), o de la «Unicidad de la Existencia» (Wahdat al-Wujûd), término que puede traducirse también por «Unidad del Ser» o de la «Realidad» y que implica la idea de la identidad esencial de todas las cosas con Dios.

La doctrina sufí de esta identidad suprema, tal cual se presenta a la luz de la Risâlah, puede resumirse así: Todo lo que no es Dios, no es. La creación como tal es noexistencia; no existe más que en cuanto Realidad increada de Dios. El conocimiento de sí es el del «Sí mismo» divino, que Se conoce por Sí mismo, fuera de toda oposición entre sujeto y objeto cognoscitivas. El hombre conoce su «Sí mismo» por su «Sí mismo», sin intermediario. El conocimiento del «Sí mismo» único real implica el de la no- existencia o «muerte» de cualquier «otro que Él».

En esa «muerte» que el hombre experimenta al conocer a su «Sí mismo» por su «Sí mismo», nada de lo que existe muere; esa «muerte» no es sino la no-existencia de lo que no existe. «Allâh era, y nada era con Él; y Él es ahora tal cual era», dijo el Profeta.

Como la relatividad no es, causa y efecto no existen en cuanto tales: sólo la Realidad común e indistinta de sus posibilidades eternas es.

En otros términos: causa y efecto, aunque tienen el aspecto de dos posibilidades diferentes, no tienen más que una sola Esencia, la cual no es ni causa ni efecto; sin embargo, es ambos a un tiempo, fuera de toda dualidad. «Él no deja de ser (la eterna y única Posibilidad del) Creador, como tampoco deja de ser (la única Realidad eterna de lo) creado.» «No hay en Su Unidad ninguna diferencia entre la creación y la preexistencia»; pues nada es real, si no es lo único Real3.

Queda por saber qué se opone al conocimiento del «Sí mismo» si nosotros no existimos; la Risâlah responde que es la ignorancia, y que ella sola se extingue en el conocimiento: «Un hombre ignora algo, y, luego, lo aprende. No es su existencia lo que se ha extinguido, sino tan sólo su ignorancia». Nosotros somos Él, que Se ha encubierto con Su «velo» de ignorancia y Se mira ilusoriamente «desde el exterior»; Se oculta así a Sí mismo, sin dejar de contemplarse tras el velo ininteligible de Su Unicidad. No se puede explicar cómo Lo vela Su Unicidad; sin embargo, hemos visto que lo Real aparece como «único» solamente con respecto a una multitud. Ahora bien, no puede haber una multitud fuera del «Uno sin segundo»; el «Único» es, pues, un principio de ilusión que «no se explica» en el seno de la Verdad absoluta: todo cuanto puede decirse de Él es que Se determina a Sí mismo como Realidad eterna de la multitud no-existente.

La ignorancia consiste en tomar esta multitud por existente, y la extinción de la ignorancia consiste en conocer la no-existencia de lo múltiple. El conocimiento de sí es conocer lo único
Real por lo único Real. «Resumamos: la existencia de las cosas es Su Existencia, sin que las cosas sean.»

Aunque identificando así la existencia de lo creado con lo único Real, la Risâlah, excluye lo que llaman error panteísta o inmanentista; puesto que las cosas no existen, no pueden ser Dios, igual como Dios no puede ser las cosas o estar «en» las cosas. «Él no Se encuentra en alguna cosa (pues lo único Real no Se puede encontrar "en Sí mismo", al ser absolutamente Él mismo) y ninguna cosa se encuentra en Él (puesto que no hay cosa o realidad si no es Él) por una entrada o una salida cualquiera. Hay que conocerlo de esta manera (es decir por recuperación cognoscitiva, directa y real del "Sí mismo", que es el único Sujeto y el único Objeto de Su Conocimiento, y Su Conocimiento mismo) y no por la ciencia, la inteligencia, la imaginación, la sagacidad, los sentidos, la visión externa, la visión interna, la comprensión o el razonamiento (otros tantos aspectos de la ignorancia, que admite la oposición de una ' alteridad" a la Ipseidad única real).»

«Nadie Lo puede ver, salvo Él mismo. Nadie Lo capta, salvo Él mismo. Nadie lo conoce, salvo Él mismo. Él Se ve por Sí mismo. Se conoce por Sí mismo. Nadie más que Él lo puede captar.» Solo el «Sí mismo» puede conocer al «Sí mismo». «. Por eso dijo el Profeta: "El que se conoce a sí mismo (a su 'Sí mismo'), conoce a su Señor (su 'Sí mismo', la Ipseidad de todas las cosas, la única que Se conoce)"». También dijo: «He conocido a mi Señor por mi Señor».

El Profeta de Allâh, quiso hacer comprender, con estas palabras, que tú no eres tú (el «yo» o la participación individual e ilusoria del «Sí mismo», la cual no tiene «ser» propio), sino Él (el «Sí mismo» único real); Él y no tú, que Él no entra en ti, y que tú no entras en Él; que Él no sale de ti, y que tú no salesde Él.

No quiero decir que eres o posees tal o cual cualidad. Quiero decir que no existes en absoluto, y que no existirás jamás, ni por ti mismo ni por Él, en Él o con Él (puesto que Él es lo único Real). Tú no puedes cesar de ser (en cuanto «Sí mismo», que es el único «Ser», la Realidad única), pues no eres (en cuanto pura particularización o limitación
criatural del «Ser»). Tú eres Él (en cuanto «Sí mismo» increado e infinito, que es a un tiempo el «Ser» y el «No-Ser» o Supraser), y Él es tú (tu «Sí mismo»), sin ninguna dependencia o causalidad (sino por pura identidad esencial). Si tú le reconoces (por Su Conocimiento propio) a tu existencia esa calidad («no-existencial» en cuanto a tu «coexistencia» con lo único Real, y «eterna» en cuanto a tu identidad esencial con Él) entonces conoces a Allâh, de otro modo no» (ibíd).

La Risâlah trata de provocar en el hombre la disolución de la ilusión criatural no sólo por la negación incansable de ésta, sino también por la afirmación constante de la identidad de nuestro «Sí mismo» supraindividual con la Ipseidad universal y única real: Allâh. «Pues lo que crees que es otro que Allâh, no es otro que Allâh, pero tú no lo sabes.

Tú Lo ves, y no sabes que Lo ves. Desde el momento en que haya quedado descubierto para ti este misterio: que tú no eres otro que Allâh, (más allá de tu 'coexistencia" ilusoria con Él), sabrás que eres el fin de ti mismo (en cuanto "Sí mismo"), que no tienes necesidad de aniquilarle (en tu Realidad esencial), que nunca has cesado de ser, y que nunca cesarás de existir, nunca (en esta Realidad pura). Verás que tus cualidades son (esencialmente) las Suyas, y que tu Naturaleza íntima (tu Esencia) es la Suya, y ello sin que te hayas convertido en Él ni Él se haya convertido en ti (pues no hay más que una "Esencia única"), sin disminución o aumento (transformador cualquiera».

Lo finito es una posibilidad de lo Infinito, la que Le permite tomar la apariencia ilusoria de un «otro que Él». En esencia, lo finito no es otro que lo Infinito; pero en su ignorancia, el hombre «existe» y se comporta como si fuese «otro que Él», una realidad separada, un ser encadenado definitivamente en sus contingencias.

Nuestro sufrimiento es la experiencia de la nada de nuestra «alteridad»: es sentir nuestra negación de «Nosotros mismos» de nuestro «Sí mismo», de lo único Real. «Tú no eras otro que, Él, pero no conocías tu "Sí mismo"; no sabías que eras Él y no tú.

Cuando llegas a Allâh, es decir, cuando te conoces a ti mismo (por el conocimiento directo e íntegro de "Sí mismo") sin las letras del conocimiento (más allá de toda intelección distintiva), conocerás que eres Él, y que antes no sabías si eras o no.Cuando el conocimiento te haya alcanzado sabrás que has conocido a Allâh por Allâh, no por ti mismo» (ibíd).

Y el que ya no hace más que uno con el Uno canta con el autor de la Risâlah:
He conocido a mi Señor por mi Señorsin confusión ni duda.
Mi Esencia es la Suya, realmente, sin falta ni defecto.
Entre nosotros dos no hay ningún devenir, y mi alma es el lugar en que el Mundo oculto se manifiesta,
Desde que he conocido mi alma sin mezcla ni turbación.
He alcanzado la unión con el objeto de mi amor,
sin que haya entre nosotros distancias largas o cortas.
Recibo gracias sin que nada descienda de lo alto,
sin reproches, e incluso sin motivos.
Yo no he borrado mi alma a causa de Él,
y ella no ha tenido duración temporal para, después, ser destruida.



NOTAS

1 Cf. Traducción de M. Vâlsan, Études Traditionnelles, París, número de Diciembre de 1948, nota de la p. 335.

2 Cuando Abû Hassan ash-Shâdhilî afirma que «nada aleja tanto de Allâh como el deseo de unión con Él» no se refiere a nuestro núcleo intelectivo y ontológico, luego transpersonal, sino al ego, al que, como tal, evidentemente, no concierne el Tawhîd, al menos de forma directa. En este mismo sentido dice Lao-Tsé que «no hay que desear nada, ni siquiera el Tao».

3 Recordemos aquí esta formulación de Shankaracharya, que es fundamental: «Brahma, el absoluto Ser-Conocimiento-Beatitud (Sat-chit-ânanda) es real. El Universo no es real. Brahma y nuestro Sí mismo
(Atmâ) son Uno».

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