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LA DOCTRINA SUFI DE LA UNIDAD. Por LEO SCHAYA

CAPITULO VI: Del Nombre de Allah. Paginas 66-72

El Nombre de Allâh -que se escribe ALLH o con vocalización, ALLâHu1- resulta etimológicamente de una síntesis del artículo AL («el» o «la») y del substantivo ILâHun (divinidad), que se convierte en AL-ILâHu por su enlace con el artículo.

Se traduce así este Nombre por «La Divinidad», que, en el sentido en que lo entiende el lenguaje coránico, excluye cualquier otro «dios» o ilâhun; para el sufismo, el Nombre Allâh es sinónimo de «La Realidad» pura: ésta excluye o incluye, según el punto de vista en que uno se sitúa, toda realidad relativa.

Pues bien, el Nombre de Allâh, vamos a considerarlo a la luz de la doctrina sufí; según esta doctrina, indica a un tiempo la «Esencia» pura y suprema (adh-Dhât) y Su «Calidad de Divinidad» (al-Ulûhiyah) o Su Universalidad. En el «Libro del Nombre de Majestad: Allâh» de Muhyi-d-dîn ibn 'Arabî2, se lee que este nombre, aunque designa únicamente la Esencia suprema, aparece también en los distintos grados de la Omnirrealidad.

La Esencia, en efecto, encierra todas las realidades, y Su Nombre todas las verdades de los Nombres divinos; por eso suele emplearse allí donde un Nombre particular de Dios debería calificar uno de Sus Aspectos determinados; en ese caso, el Nombre de Allâh, que excede a toda determinación, «sustituye» a cierta designación particular de la Realidad divina. Ibn 'Arabî dice también: «El Nombre Allâh es con respecto a los demás Nombres divinos como la Esencia suprema con respecto a las Cualidades que Ella comprende.

Todos los Nombres divinos están contenidos en este Nombre. De él proceden ellos, y hacia él remontan». Por último, 'Abd al-Karîm al Jîlî dice en «El Hombre Universal»3: «Sabe que la Naturaleza divina, que abarca todas las realidades del Ser y las mantiene en sus grados respectivos, es llamada "Calidad de Divinidad" (al- Ulûhiyah).

Y entiendo por "realidades del Ser" a un tiempo los principios que condicionan los diferentes estados de manifestación, y lo que en ellos se manifiesta, es decir, Dios y la criatura al mismo tiempo. La "Calidad de Divinidad" significa, pues, lo que totaliza las dignidades divinas (o aspectos divinos) al mismo tiempo que todos los grados de existencia, y que asigna a toda cosa lo que le corresponde por parte del Ser.

El Nombre Allâh designa el Señor de esa dignidad (suprema) que no puede pertenecer más que a la Esencia absoluta. La afirmación suprema de la Esencia es, pues, la de la "Calidad de Divinidad"(o Universalidad divina), que engloba y sintetiza todas las afirmaciones y rige toda Cualidad y todo Nombre». Y dice además: «No hay acceso al conocimiento de Dios más que por intermedio de Sus Nombres (que revelan el "Ser" de Sus Aspectos) y de Sus Cualidades (que revelan el "modo de ser" o de manifestación de Sus Aspectos); y al estar todo Nombre y toda Cualidad contenidos en el Nombre de Allâh, resulta que no hay acceso al conocimiento de Dios más que por la vía de este Nombre.

En verdad, es este Nombre lo que comunica realmente al Ser (supremo y universal) y conduce a Él».

Así, el Nombre de Allâh no es simplemente la expresión verbal que indica la Esencia divina y su Omnirrealidad o Universalidad, sino que «da» realmente lo que designa; por ello mismo se convierte, en sufismo, en el medio de la asimilación espiritual de lo Único Real y de la identificación completa con él. Esto es verdad también para los demás Nombres divinos, en cuanto representan los aspectos y accesos del «Nombre supremo» (al-Ism al-a'zam), ya se trate de «Nombres esenciales», de «Nombres cualitativos» o de «Nombres de las Actividades» de Dios4; pero cuando se toma cada uno de estos Nombres en su función propia, no aporta «más que lo que corresponde a su condición», mientras que del Nombre Allâh «pueden recogerse todos los frutos (de la realización espiritual, es decir, la Omnirrealidad)», puesto que «no tiene ninguna particularidad condicionante».

El misterio común de los Nombres divinos es, pues, que «son» y «transmiten» realmente lo que designan; permiten así que aquel que los pronuncia se identifique espiritualmente con el Nombrado. No ocurre lo mismo con los nombres criaturales, que no son más que términos analógicos, destinados a la asimilación puramente simbólica o mnemónica de lo nombrado por el pensamiento. Esta asimilación o identificación «no efectiva» se produce también en la pronunciación de los Nombres divinos cuando la hace un hombre que se detiene en su forma verbal y no reúne las condiciones tradicionales -variables según las religiones y los niveles de aplicación- de la «invocación (adh-dhikr), que son lo único que puede elevarlo por encima de sí mismo.

Desde el punto de vista sensorial o formal, el Nombre divino no es más que una simple palabra y una huella mental, como la designación de cualquier cosa, pero desde el punto de vista espiritual, es una palabra sagrada, un ideograma revelado, que no sólo simboliza sino que contiene, cual cáliz dispuesto a ser vaciado, la «Presencia real (al- Hudûr) del Nombrado. El Contenido infinito del «cáliz» se derrama en el «corazón» (alqalb) u órgano espiritual del «invocante» (adh-dhâkir) en la medida en que éste tenga sed de Él.

Cuando se produce este «influjo», el continente o Nombre revela su identidad con el Contenido o Nombrado; entonces el dhâkir conoce -según expresión de Muhyid-dîn- que «el Nombre es Él»; y llegado al término último de la invocación, realiza que el invocante, el Nombre y el Invocado no hacen más que uno.

El Nombre divino es el mediador entre aquel que invoca y Aquel que es invocado; es el «Enviado» no-humano de Dios, lo mismo que el «Enviado» humano, en razón de su realización total y permanente del Nombre, es llamado la «invocación de Dios» (Dhikru-Llâh). A decir verdad, no hay más que un solo «Enviado», que se manifiesta en el mundo formal, por una parte, con apariencia humana y, por otra, bajo expresión verbal; estas dos formas se unen espiritualmente en la invocación, que actualiza su Contenido común y supraformal: Allâh.

Todo hombre que invoque el Nombre de Dios conforme a Su Voluntad, se integra por ello mismo en Su «Enviado», único apto para hacerle volver al Supremo. Así como el Profeta es a la vez hombre y Dios, así el Nombre es simultáneamente palabra y Dios.

Lo que el Profeta llevó a cabo en su tiempo, a saber, la «mediación inmediata» entre la humanidad y la Divinidad, el Nombre lo realiza de generación en generación: es el «Enviado» presente en cada época; es la síntesis de todos los Nombres divinos y criaturales, de toda la Revelación coránica -que a su vez recapitula las Revelaciones anteriores-, de toda oración y de todo gesto ritual, así como de todas las aspiraciones deiformes, de los actos virtuosos y pensamientos sabios; es Dios mismo habitando y sosteniendo la creación entera, y colmando con Su Presencia reveladora y salvadora a aquellos que Lo llaman con sinceridad, según Sus palabras transmitidas por el Profeta: «Acompaño a aquel que Me invoca».

El Nombre de Allâh, es en sí la Esencia divina que Se conoce a Sí misma en Sí misma y a través de las apariencias ilusorias de Su manifestación criatural; esta ilusión se extingue perpetuamente en la No-Manifestación única real del Nombre. Muhyi-d-dîn declara en su «Libro del Nombre de Majestad; Allâh»: «El Nombre Allâh, es totalmente no-manifestación, o, a lo sumo, del ámbito de la manifestación no presenta más que la espiración.»; y: «Allâh es un término negativo (que niega todo aquello que no es Él, lo único Real) que se aísla en el Mundo superior (infinito y absoluto), el intérprete alza el vuelo con él»; o también, como hemos citado ya: «el sentido propio de este Nombre es
que designa la Esencia suprema y nada más».

Y he aquí, en sustancia, la explicación que da del simbolismo de las letras constitutivas del Nombre ALLâHu: el primer A(lif) significa lo único Real; el primer L(âm), Su Conocimiento puro de Sí mismo, el segundo L(âm), Su Conocimiento de Sí mismo a través de Su «Omniposesión», que comprende las apariencias ilusorias de un «otro que Él»; el L(âm)-A(lif) -es decir, el paso del segundo L(âm) al segundo A(lif), que forman juntos las palabras lâ, «no»- significa la autonegación de toda negación (ignorancia o «alteridad»), en Su Esencia simbolizada por el segundo A(lif); el H(â) -ideograma de Huwa, «Él»- la Esencia que reposa en Su Ipseidad absolutamente no-manifestada; finalmente, el u -W(âw), que aparece con la forma del signo dammah encima del Hâ y no se pronuncia más que si el Nombre Allâh!, va seguido, en una frase y en nominativo, por otra palabra- significa el mundo eternamente no-manifestado en la No-manifestación absoluta de lo único Real5.

Así, como dice Muhyi-d-dîn, «es Él solo, Huwa, quien queda, y es Él quien es buscado» en Su Nombre. Él Se busca a Sí mismo a través del «otro», al que hace conocer que él no es otro que Él; y el «otro», que es la ignorancia dualista, se extingue en Su Conocimiento de Sí mismo, y «es Él solo quien queda».

Todo eso se realiza en el «instante» eterno, en el Nombre increado, de tal modo que en verdad la ignorancia es perpetuamente borrada en lo único Real, que Se conoce a Sí mismo; pero desde el punto de vista ilusorio del «otro», hay extinción progresiva de la «alteridad» en la «Ipseidad» (al-Huwiyah): el «otro» invoca el Nombre de Allâh, buscándolo por la meditación de Sus Aspectos y la concentración del espíritu sobre Su Unidad, hasta que «sólo Él queda».

Esta reintegración y disolución de la «alteridad» en la «Ipseidad» está trazada en el Nombre por un lenguaje secreto del que hablan los sufíes: invocando a ALLÂH, se pasa del A(lif) al L(âm), de suerte que el Nombre se reduce a LLah, que se leerá: LiLLaH, «a Allâh», lo que significa: las apariencias ilusorias de la «alteridad» forman parte integrante de la Omnirrealidad divina; prosiguiendo, el Nombre se reduce a LaH, que hay que leer: LaHu, «a Él», lo que quiere decir: el hombre y todas las cosas se identifican esencialmente con el «Sí mismo» divino, llamado «Él»; la invocación acaba en efecto en el H(â), que indica Huwa, «Él»: «es Él solo quien queda».

El Nombre es Esencia y Conocimiento de la Esencia; el hombre es Esencia e ignorancia de la Esencia. Tras haber sido el «representante» de Dios o Su plano de reflexión perfecto, el hombre se convirtió como en Su espejo quebrado e inoperante, mientras que su Nombre es, en todos los grados y en todos los ciclos de la existencia universal, Su «Forma» incorruptible y reveladora. El hombre terreno ya no incluye la Presencia real de Dios más que en estado latente y virtual, mientras que el Nombre La contiene en Su Actualización permanente: se La comunica al hombre en la medida en que éste llama a Dios con «sed» verdadera. Allâh ha hecho conocer Su Nombre al hombre, a fin de que éste vuelva a encontrar en la invocación su (de ellos) Unidad perdida, porque Él, Su Nombre y el hombre son de una sola Esencia. En otros términos, Allâh, es la Esencia del Nombre y del hombre; está realmente presente en el hombre, así como en Su Nombre; pero, después de la «caída» de Adán, Se ocultó en el hombre y no se ha revelado a él más que por su Nombre.

Cuando el Corán (XXIX, 44) dice que «la invocación de Allâh es la más grande», afirma con ello no sólo la superioridad del Nombre Allâh sobre todos los demás Nombres divinos revelados en árabe, sino también que la invocación más perfecta es aquella en la que se vive a Dios como Invocante. En verdad, Aquel que invoca, el Nombre y el Nombrado no hacen más que uno; es ese -hemos dicho- el misterio de la invocación, y es eso precisamente lo que el hombre ha de realizar en el curso de su llamada a Dios.

Lo que en sí es uno, aparece primero, a través del «prisma» de la distintividad cósmica, como separado; pero Dios muestra la «relación» -que lleva a la «unidad»- entre Él y el que Lo invoca, en esa llamada (Corán, II, 152): «Mencionadme (o "invocadme") y Yo os mencionaré.»; establece así, dice Ibn 'Arabî, «la existencia de Su mención en relación con nuestra mención respecto de Él. No os mencionará antes de que Lo hayáis mencionado. Pero no podéis mencionarlo antes de que Él os haya concedido el auxilio adecuado y os haya inspirado Su invocación». Dice además: «La invocación efectuada por el siervo se hace por esfuerzo de actualización (de la Presencia real del Señor), mientras que la operada por el Señor se hace por (Su) Presencia real (al-Hudûr)».

El «esfuerzo de actualización» o «ejercicio de la Presencia real» (al-isthihdâr) se hace primero en «retiro» (al-Khalwah) ordenado y vigilado por un Maestro espiritual. Al-Ghazzâlî, en su «Revivificación de las Ciencias de la Religión», relata a este respecto: «En tiempos en que el deseo intenso de seguir esta vía se apoderó de mí, consulté a uno
de los principales sufíes, hombre celebérrimo, sobre la recitación afanosa del Corán.

Me dio un consejo contrario diciendo: «El buen método consiste en cortar totalmente los lazos con el mundo, de forma que tu corazón no se ocupe ni de familia, ni de hijos, ni de dinero, ni de patria, ni de ciencia, ni de gobierno, siendo de igual valor para ti la existencia e inexistencia de estas cosas. Además, te hace falta estar solo en un retiro para cumplir, de tus deberes cultuales, sólo las oraciones prescritas, las que las preceden y las que las siguen y, sentado, concentrar tu pensamiento en Allâh, sin otra ocupación interior. Llevarás a cabo esto, primero pronunciando el Nombre de Allâh con tu lengua, repitiendo sin cesar: Allâh, Allâh, sin aflojar tu atención6. El resultado será un estado en el que, sin esfuerzo por tu parte, sentirás ese Nombre en el movimiento espontáneo de tu lengua».

Y Al Ghazzâlî precisa que el que ha alcanzado el «estado en que abandona el movimiento de la lengua y ve la palabra (Allâh) fluyendo sobre ésta. llega al punto de borrar la huella de la palabra sobre la lengua y encuentra su corazón continuamente aplicado al dhikr; persevera en él asiduamente hasta que llega a borrar de su corazón la imagen de la locución, de las letras y de la forma de la palabra, y que el solo sentido (la Realidad supraformal e infinita) de la palabra permanece en su corazón, presente en él, como unido a él, no abandonándolo.».

El «retiro» -que ha de efectuarse sólo bajo la dirección de un Maestro auténtico- consiste, pues, al principio, en «cortar totalmente los lazos con el mundo», no sólo en cuanto nos rodea, sino también, y sobre todo, en cuanto vive en nosotros con la forma de la ilusión cósmica, que nos separa de lo único Real, y consiste en la pronunciación continua del Nombre divino. «Dí: ¡Allâh! y abandona la existencia y lo que la rodea, si quieres el cumplimiento de mi perfección.

Todo,salvo Dios, si lo has realizado verdaderamente, es nada en detalle y en conjunto.», dijo Abu Madyan, el gran santo de Argelia; y el sufí 'Abd al-Qâdir al-Jîlânî afirmó: «Cuando dices: Alláh, Él te responde; nadie más que Él entra en tu corazón».

En la medida en que el hombre se une al mundo, se aleja de Dios. Apegándose a la multitud de lo creado, exterioriza, por sus pensamientos y sus actos, el espíritu que reside en él como manifestación directa de la Inmanencia divina. Perdido en lo múltiple, que lo rodea y llena su alma, el hombre disfruta de los reflejos de la Inmanencia, de la que procede la vida y la forma de toda cosa; pero olvida que Ella Se da a él y al mundo, a fin de que las criaturas afirmen en Ella lo único Real, y para que el ser humano, dotado de inteligencia y libre albedrío, Lo contemple en Ella, hasta la identificación con Él.

Por eso el hombre ha de desnudar su pensamiento de la multitud de lo creado, apartardel mundo sus fuerzas corporales y físicas, concentrarse en Dios e invocarlo con todo el corazón. Entonces, su espíritu, libre del encadenamiento a la existencia ilusoria, se recoge en sí mismo y el ser entero vuelve con él a su Esencia divina.

Según Ibn 'Arabî, «El Enviado de Allâh» -que Allâh lo bendiga y lo salude- dijo: «La Hora postrera no llegará más que cuando ya no haya sobre la faz de la tierra alguien que diga ¡Allâh! ¡Alláh!, y no la condicionó (la invocación de Dios) por otra cosa que por la palabra Alláh, pues esta palabra es la de la invocación practicada por seres de élite, aquellos por los que Alláh, preserva este mundo, así como toda casa en la que se encuentran. Cuando ya no quede en este mundo alguno de ellos, ya no habrá fuerza protectora para el mundo y entonces el mundo acabará y se destruirá.».

Y el Profeta transmitió estas palabras de Dios: «Alláh, -ensalzado sea- ha dicho: Oh hijo de Adán, mientras Me invoques y pongas tu esperanza en Mí, Yo te perdonaré los pecados de que te hayas cargado, sin preocuparme de su gran número. Oh hijo de Adán, si tus pecados alcanzan toda la extensión visible del cielo, y entonces imploras Mi perdón, te perdonaré.

Oh hijo de Adán, si vienes a Mí, habiendo llenado la tierra con tus pecados, y entonces Me encuentras, mientras que no asocias a nadie más conmigo, Yo te daré con qué llenarla de perdón».

NOTAS

1 La palabra Allâhu se pronuncia Allâh si no va seguida, en frase y en nominativo, por otra palabra.


2 Cf. traducción de M. Vâlsan, Études Traditionnelles, París, números de junio, julio y diciembre de1948.


3 Cf. traducción de Titus Burckhardt (Dervy, París, 1975).

4 Se distingue. entre «Nombres de la Esencia» (asmâ dhâtiyah) y «Nombres cualitativos» (asmâ sifâtiyah); es que los primeros, como el Uno (al-ahad), el Santísimo (al-quddûs) y el Independiente (assamad), expresan la trascendencia divina y se refieren, pues, más exclusivamente a la Esencia, mientras que los Nombres cualitativos, como El Clemente (ar-rahmân), El Generoso (al-karîm), La Paz (assalâm), etc., expresan a un tiempo la trascendencia e inmanencia de Dios. Estos últimos Nombres comprenden también, además, los de las Actividades divinas (al-af'âl) como El-que-da-lavida (al-muhyi), elque-da-la-muerte (al-mumît), etc.» (De l'Homme universel, introducción de Titus Burckhardt, ob. cit.).

5 No podemos penetrar aquí todos los matices y variantes de este simbolismo, ofrecidos por el escrito de Ibn 'Arabî.

6 El fundamento escriturario de este método sufí se halla en el siguiente versículo del Corán (XXXIII,14): «Practicad la invocación a Allâh con numerosas recitaciones».

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