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El islamismo contra el islam. Las claves para entender el terrorismo yihadista


La reciente desarticulación de una célula yihadista que pretendía volar la Audiencia Nacional ha venido a recordarnos que el 11-M no fue un crimen aislado, sino que estamos ante una amenaza duradera. Para hacerle frente es necesario disponer de un diagnóstico adecuado y este es el objetivo de Gustavo de Arístegui en su muy sensato libro. Sus tesis principales aparecen en el propio título. La primera es que para comprender el terrorismo yihadista, mal llamado islámico, hay que partir de la ideología que lo sustenta, es decir el islamismo radical, y la segunda es que este último no debe ser confundido en modo alguno con el Islam, que constituye una de las grandes religiones de la humanidad. Arístegui no comparte la interpretación del terrorismo yihadista como expresión de un inevitable conflicto entre el Islam y Occidente y tiene escaso aprecio por las tesis de Huntington al respecto. En tono irónico afirma que el libro de cabecera de Bin Laden bien pudiera ser El choque de civilizaciones de Huntington, porque eso es justamente lo que pretende el terrorista saudí. Se muestra por el contrario partidario de un diálogo de civilizaciones que facilite la cooperación entre todos los países amenazados por el islamismo radical y el terrorismo yihadista, cuyo principal enemigo, no lo olvidemos, son los musulmanes moderados que no comparten su fanatismo, contra quienes lanzan la peor acusación que se puede hacer a un musulmán, la de apóstata.

Respetuoso con el Islam, Arístegui no se refugia sin embargo en las versiones angelicales según las cuales estaríamos ante un vago terrorismo internacional que nada tendría que ver con el islamismo, o incluso ante una respuesta frente a la opresión que las masas árabes sufren a manos de sus propios gobernantes, autoritarios y corruptos, y del imperialismo occidental (que para cierta izquierda europea sería el responsable de todos los males). No, el terrorismo yihadista tiene su base en una ideología, el islamismo radical, en la que Arístegui ve una amenaza para la democracia y la libertad comparable a la que en su día representaron el nazismo, el fascismo y el stalinismo. Pero insiste una y otra vez en que no se debe aceptar la pretensión de los islamistas radicales de que ellos encarnan el verdadero Islam. La supuesta vuelta a los orígenes (salafismo) que esgrimen los islamistas representa un manipulación política del mensaje coránico. Ni el suicidio ni la matanza indiscriminada de civiles son aceptables para la auténtica moral islámica.

El problema es que algunos de los elementos en que se apoya la propaganda islamista, especialmente la desconfianza hacia Occidente, son compartidos por buena parte de la opinión musulmana. Estamos ante un problema de incomprensión que hay que abordar desde el diálogo, si no se quiere hacer el juego a un terrorismo yihadista que representa una amenaza tanto para Occidente, al que odia, como para la mayoría de los musulmanes, a quienes pretende imponer mediante la violencia una tiranía islamista contraria a las mejores tradiciones islámicas.

Ello nos conduce a uno de los más sugestivos capítulos del libro, el que aborda las causas y las excusas del islamismo radical y, por tanto, del terrorismo que se apoya en sus tesis. Cuando se habla de causas, algunas personas entienden justificaciones y en ese sentido se puede afirmar que el terrorismo no tiene causas. Si por causa entendemos influencia de un fenómeno en otro, resultaría sin embargo chocante que el terrorismo no tuviera causas. Con buen sentido, Arístegui evita esta trampa semántica al referirse a las "causas y excusas" del islamismo, con lo cual queda claro que no trata de justificar nada, sino de entender por qué el islamismo radical puede resultar atractivo para ciertos musulmanes, para lo cual hay que tener en cuenta hechos reales, como las dificultades a las que se enfrentan muchos países árabes, y también percepciones infundadas, como la presunta conspiración occidental contra el Islam.

¿Cuáles son esas causas y excusas? Arístegui no trata de ensamblarlas en una teoría acerca de los orígenes del islamismo, pero sí ofrece algunas reflexiones interesantes. Destaca en primer lugar los sentimientos de nostalgia y victimismo ampliamente difundidos en los países árabes, que lamentan el declive de la antaño gloriosa civilización islámica y lo atribuyen a agresiones occidentales (empezando por la reconquista cristiana de Al Andalus) más que a errores propios. Aunque hay que reconocer el fundamento histórico que tienen algunas de sus lamentaciones: el pacto Sykes-Picot, por el que británicos y franceses se repartieron en secreto el Próximo Oriente en 1916, al tiempo que llamaban a los árabes a luchar por su independencia contra los turcos, fue verdaderamente cínico. Conflictos como el árabe-israelí o la intervención en Iraq han contribuido también a la imagen negativa de Occidente. El atractivo del islamismo se basa también en factores internos, como el fracaso de los distintos regímenes árabes en satisfacer las aspiraciones de sus ciudadanos, y encuentra un caldo de cultivo entre los jóvenes musulmanes residentes en Europa, o incluso nacidos en ella, que encuentran problemas para integrarse en las sociedades en que viven.

Pero todo esto no forma más que el entorno apropiado para que en sectores musulmanes minoritarios prenda la fanática llamada a la violencia del yihadismo, basado en la terrible creencia de que el terrorismo representa el justo castigo de Dios a los infieles y a los apóstatas. Con el agravante de que, para ellos, España ha cometido hace siglos el nefando pecado de la apostasía, al expulsar al Islam de su suelo. Esto último puede parecer irreal a bastantes lectores españoles que, acostumbrados a interpretarlo todo en clave socio-económica, se resisten a aceptar la importancia del factor religioso, sin embargo fundamental durante largos milenios de la historia humana.

El hecho de que haya islamistas dispuestos a seguir atentando en Madrid, a pesar de nuestra probada simpatía por la causa palestina y a pesar de nuestra retirada de Iraq, muestra sin embargo la necesidad de profundizar en el análisis de esta nueva amenaza. Para ello se puede recurrir a excelentes obras de autores extranjeros traducidos a nuestra lengua, pero también hay intelectuales españoles que han aceptado el desafío. Este mismo año Fernando Reinares y Antonio Elorza han editado una interesante antología de ensayos sobre el tema (El nuevo terrorismo islamista) y Javier Jordán ha publicado un breve pero sugestivo libro que ha sido menos comentado de lo que se merece (Profetas del miedo). A ellos se suma ahora Arístegui con El islamismo contra el Islam, un libro sobre cuyas tesis vale la pena reflexionar.

www.an-nisa.es 2010